viernes, 6 de junio de 2008

Las drogas como chivo expiatorio

Antes de empezar sólo decir que esta idea-tésis (y todas las citas del texto) ha sido extraída de la Historia General de las Drogas de Antonio Escohotado. Este libro, esencial para comprender la historia humana desde una perspectiva farmacológica, no es sólo una colección de hechos históricos más o menos relevantes, es más bien un gigantesco ensayo donde se defienden ciertas posturas con abundante información, siempre desde el rigor y con un estilo impecable.


Aclarado ésto, empecemos. Los chivos expiatorios han sido desde la antiguedad una válvula de escape para los problemas cotidianos. La incapacidad del ser humano para hacerse responsable de sus propios actos le incita a buscar algo -o alguien- que pague por sus pecados; hay numerosos ejemplos en la historia:

En Manipur se utilizaba a un criminal (luego indultado) para transmitirle los pecados del rajá. En Nueva Zelanda los pecados de la tribu entera se transmitían a un hombre, que lo transmitía a su vez a un tallo de helecho que se lanzaba al mar. Los yorubas de África Occidental degollaban a un individuo, cuyos gemidos agónicos inducían una explosión de alegría, porque el pueblo había sido descontaminado de sus faltas y la cólera divina apaciguada. Cosa semejante acontecía entre los gondos de la Índia, los albaneses del Cáucaso Occidental no hace mucho tiempo y los antiguos leucadianos, que lanzaban anualmente a un criminal al mar desde un alto precipicio; otros pueblos del Adriático despeñaban a un joven cada año con la oración «seas túnuestras heces». [...] Durante la baja Edad Media y comienzos de la Edad Moderna los chivos expiatorios cobran inusitada variedad, abarcando desde los inanimados libros a los vivientes traductores, librepensadores, herejes, apóstatas, lujuriosos y brujas.

Se ve claramente en estos ejemplos que el chivo expiatorio cumple una función social más que moral; sirve para calmar a la sociedad, canalizar su odio hacia un objeto determinado y evitar la autocrítica. Se trata sin duda de un mecanismo de control, una figura simbólica que encubre los defectos de un sistema autoritario, permitiendo unir a toda la sociedad contra un enemigo común externo para que no se plantee cual es la fuente real de sus problemas.

¿Qué tiene que ver todo esto con las drogas? Aparte de las similitudes etimológicas, que son por lo menos sorprendentes, el phármakon o fármaco ha sido la histórica vía alternativa al pharmakós o chivo expiatorio:

[...] la víctima del sacrificio expiatorio se llamaba en griego pharmakós, y el vehículo de los éxtasis chamánicos -no menos que de algunas ceremoniasreligiosas de tipo extático y orgiástico- era un phármakon u otro. Cambiando la consonante final y el acento, la misma palabra designa cosas que -en principioal menos- carecen de vínculo alguno. El pharmakós pertenece al sacrificio-regalo, y el phármakon al sacrificio comunión, por si fuera poco quelo uno sea cierta persona y lo otro cierta planta.

Afirma Escohotado que estas son las dos formas básicas de comunicación con la divinidad: el sacrificio y la comunión, el pharmakós y el phármakon, y que ambas cumplen la misma función, obviamente con métodos diferentes. También responden a dos formas bien distintas de comprender el universo; mientras que el sacrificio es habitual en sociedades autoritarias fuertemente jerarquizadas, donde la ignorancia y el miedo son las herramientas de gobierno; la comunión suele darse en sociedades más igualitarias, donde se valora más al individuo y se favorece el autoconocimiento y la búsqueda de la verdad. Esto no es gratuito; la idea de sacrificio implica un ser superior todopoderoso al que temer y apaciguar mediante el ritual del sacrificio; nuestras dichas o desgracias dependen en buena medida de los caprichos de la deidad. La comunión en cambio permite una comunicación directa del individuo con lo divino, lo cual implica una divinidad mucho más accesible y puede que benevolente; además la finalidad de la comunión es alcanzar un nuevo conocimiento, una mejor comprensión de la divinidad; de este modo la deidad no es la culpable de nuestras desgracias o dichas, sino nosotros mismos, y acudimos a ella para aprender qué es lo que debemos hacer, no para apaciguarla.

No cabe ninguna duda de que la segunda opción es la más racional, y por ello es la que adoptaron los griegos:

La diferencia decisiva es que el fármaco (con su ambivalencia de aquello que puede matar y, por eso mismo, puede curar) no cae en la dicotomía exterior de lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, sino en la de lo útil e inútil a efectos catárticos. Ante una epidemia de cólera cierta colectividad decidirá inmolar chivos expiatorios, mientras otra usará opio como remedio, debido a sus conocidas capacidades astringentes, o eléboro, o cualquier otro fármaco no psicoactivo. Podemos estar seguros de que la mayoría de las ciudades antiguas emplearon ambas soluciones. Y de que así siguieron, hasta que una civilización -la griega- osó pasar decididamente a la racionalidad y declaró criminal desvarío la primera de ellas.

Casi treinta siglos después, como si la historia describiese una órbita con periódicos retornos, algunas drogas y sususuarios se convertirán en nuevos pharmakoi para ritos de descontaminación colectiva, que profesan una fe en la cura transferencial comparable a la profesada por aquellos antiguos pueblos del Adriático, cuando despeñaban cada año a un joven con la piadosa oración: «seas tú nuestras heces».


Por desgracia no hemos avanzado un solo paso desde entonces. De nuevo vivimos en sociedades autoritarias, en las que el Estado pretende regular nuestra vida privada; disponemos del conocimiento farmacológico acumulado de cientos de generaciones, pero sufrimos un monopolio farmacéutico amparado por leyes que consideran anatema ciertas sustancias. En esta era moderna uno de los pharmakoi para el control de las masas más eficiente, junto con el terrorismo, es la droga. Así, en abstracto: la droga. Crea adicción y te impulsa a robar, te convierte en un monstruo lleno de odio hacia el mundo; la droga es la causa de la delincuencia, de la pobreza en ciertos barrios, de la desestructuración familiar y de la estupidez de las nuevas generaciones. Por eso debemos luchar contra la droga; la droga es nuestro enemigo, estamos en guerra contra la droga; ¿y el drogadicto? Él es una víctima, una persona enferma que debe ser curada para que vuelva a la normalidad.


Todos estos tópicos son los comunes a todos los pharmakoi. También en la edad media se echaba la culpa a las brujas de la sequía y las malas cosechas, cuando de lo único que fueron culpables es de no ser tan ignorantes como sus congéneres. El objetivo es siempre el mismo: desviar la atención de la verdadera causa de todos los problemas que se atribuyen al pharmakoi, unir a la sociedad mediante el enemigo común, y perpetuar la mentira mientras sea posible.

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