sábado, 18 de abril de 2009

Buscando Paz




La única clasificación que me resulta interesante en cuanto a fármacos se refiere es la funcional. Ésta divide los fármacos en tres grandes familias, de acuerdo con sus efectos psicofísicos. La primera categoría son los sedantes o analgésicos, que proporcionan alivio de dolor y relajación; luego están los estimulantes, que excitan el sistema nervioso para que funcione a mayor velocidad; y por último los psiquedélicos, que alteran la percepción y la consciencia llevando al usuario a lugares desconocidos de la mente humana.

Dentro de las coloquialmente llamadas "drogas de paz", la que se ha usado con mayor profusión a lo largo de la historia es sin duda el opio. Contrariamente a la creencia común, la amapola de la que se extrae el opio tiene su origen en la cuenca del Mediterráneo, y no en el lejano oriente. Su existencia se menciona en los primeros documentos escritos (tablillas de barro cocido de la civilización sumeria, hacia el 2000 a.C.) y alcanzó su auge durante el imperio romano, donde era utilizada más o menos como usamos nosotros ahora la aspirina.

No es extraño que el jugo de adormidera fuera de uso tan común, ya que sus propiedades medicinales son innumerables: calma el dolor y produce sedación física sin reducir las capacidades mentales, ralentiza el metabolismo fortaleciendo el sistema inmunológico. Todavía en 1915 un artículo aparecido en el Journal de la Asociación Médica Americana declara: “Si toda la materia médica disponible se limitase a una sola droga, estoy seguro de que
muchos de nosotros, si no la mayoría, elegiríamos el opio.” Obviamente no todo son ventajas, como todos los sedantes, el organismo genera rápidamente tolerancia hacia el opio, haciéndose necesario aumentar la dosis paulatinamente para igualar los efectos iniciales; el consumo continuado no es especialmente dañino, pero sí lo es dejar de consumirla bruscamente, puesto que la reacción del organismo es violenta y peligrosa para el organismo; por supuesto es posible evitar estos efectos reduciendo las dosis poco a poco, hasta dejar de consumirla totalmente.

Mi contacto personal con este fármaco es muy escaso, en situaciones ya lejanas en el tiempo que no me permiten un buen análisis. Sin embargo sí he usado de primera mano la lechuga silvestre, por su condición de planta no perseguida y su fácil acceso, ya que también es autóctona de la cuenca mediterránea. Una vez preparado, el jugo de lechuga o lactucarium tiene un efecto similar al del opio, aunque más suave y con menos efectos secundarios.

La tomé durante una temporada para conciliar el sueño, y sin duda alguna era efectiva, mucho más que otro somnífero que haya probado, ya que a diferencia de otros me despertaba a la mañana siguiente sin las resacas habituales de los fármacos de uso común. Pero lo que más me llamó la atención fué el retorno de unas experiencias fantásticas que apenas recordaba: los sueños.

No suelo recordar lo que sueño, pero el tiempo que estuve tomando lactucarium antes de dormir disfruté de ensoñaciones fantásticas, llenas de detalles y referencias que nunca antes había sido capaz de recordar por la mañana.

Cuando se terminaron mis limitadas existencias (creo que duraron uno o dos meses), eché de menos los sueños, pero no tuve ningún otro problema. Por suerte logré solucionar mis problemas de insomnio y ya no necesito ayuda para dormir.

Que descanseis bien.


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